martes, 3 de abril de 2012


EN DEFENSA DE DIOS de Karen Armstrong


 
es un título que inicialmente invita a la confusión para quedar totalmente justificado tras la lectura de este sublime ensayo de la británica Karen Armstrong (1944), autora de una veintena de obras maestras sobre la historia de las religiones.

Siendo novicia de una orden católica, Armstrong, una joven de mente inquieta, inteligente y audaz, es enviada a estudiar a Oxford, donde sus excelentes calificaciones escandalizan a una parte del profesorado. A la joven Karen le sucede lo que cabe esperar de una mujer con sus atributos intelectuales cargada de conocimientos: abandona la orden religiosa.

El hecho de no fanatizarse en una determinada religión y, a la vez, no abominar de ninguna otra permite a la escritora acercarse con pasión medida a todas ellas y nos facilita el profundizar en las mismas con un análisis preciso y trabajado unido a una excelente y amena capacidad narrativa.

A pesar de que tituló a uno de sus primeros libros Historia de Dios, podría haber encabezado de igual manera al que hacemos referencia. En defensa de Dios es apropiado porque esto es exactamente lo que hace Armstrong: defender la palabra Dios, que no al Dios que muchos imaginamos como a un ser, enseñándonos cual es la historia de dicho término y de la interpretación del mismo desde la prehistoria hasta el siglo presente. Comprendemos, por ejemplo, durante su lectura, que Tomás de Aquino se arrancaría las vestiduras si pudiera ver in situ la actual iglesia católica u oír lo que nos hemos atrevido a afirmar sobre Dios con absoluta ligereza. El Dios de nuestra era nada tiene que ver con el Dios de Tomás, ni con el de Agustín, Francisco de Asís y mucho menos con el de los antiguos griegos.

Este libro es, sobre todo, la historia de la terminología relativa a la religión. Palabras como filosofía, teología, ciencia, religión, intelecto o Dios han cambiado radicalmente su significado durante la historia, unas veces con naturalidad y otras a la fuerza, con brutal terquedad. La palabra fe, del latín fides (lealtad) y que en antiguo griego se llamaba pistis (confianza), del mismo modo que el término inglés que Shakespeare utiliza en su Bien está lo que bien acaba, believe, también entonces significaba confiar, y no “creer” como lo entendemos desde que se publicó la biblia del rey Jacobo en el XVII.

Una de las incógnitas que nos ha perseguido a la mayoría de nosotros es la aversión de la fe católica por el sexo: salimos de dudas cuando Karen Armstrong nos cuenta un curioso pasaje del Obispo de Hipona, al que hoy conocemos como San Agustín.

Es este un libro extraordinario, ameno e incluso delicado con las mentes más estrechas. Muy recomendable.



Octavio Capó Truyos                                          Es Mascle Ros

1 comentario:

  1. Grácies Octavi per la recomanació,prenc nota, ara que tenim un parell de dies lliures. Bso
    Cris

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