domingo, 15 de abril de 2012


ES TRENC: PASIÓN O MANSIÓN.




Hay días en que a una le ocurren cosas que jamás hubiera imaginado; si un año antes alguien me lo cuenta, sencillamente, no lo hubiera creído. Son días en que una no ha hecho planes, y si los tiene se van al carajo. Son jornadas que no se nos presentan muy a menudo y acaban por convertirse en maravillosas, inolvidables. Todo rueda a la perfección y por si solo; el entorno paradisíaco acompaña pero a la vez pasa casi inadvertido; y encima acabas loquita por El, cuando hasta esa misma mañana no era precisamente santo de mi devoción. (Por supuesto omitiré el nombre de mi acompañante, por respeto y porque si lo desvelo no me dejarán escribir más en Es Mascle Ros).

 

Ocurrió una mañana soleada de junio, con menos humedad de la habitual, lo que hacia la temperatura muy agradable.  Hacía poco que había conocido a El en una fiesta que dio en su casa y no me atrajo en absoluto, aunque me gustó que me tratara con total naturalidad, sin miedo y tampoco tirándome los tejos torpemente, como suele ocurrir. Hago un inciso para deciros que fui Miss Madrid y más tarde Miss Simpatía en un certamen de Miss España, aunque de eso hace ya mucho tiempo; no lo cuento porque me lo tenga creído, sino porque, como la mayoría sabéis, los hombres acostumbran a ponerse nerviosos delante de una mujer de las llamadas “de bandera” (con permiso) y, o bien se callan y te miran desde lejos o te sueltan una sarta de tópicos y estupideces que hacen que se desvanezcan por si solos, sin apenas esfuerzo. El no fue así, sino tremendamente cortés, aunque con la misma medida que con el resto de invitados. No me pareció guapo, para nada, aunque debo admitir que tenía un andar sexy y bailaba de maravilla; es curioso, porque sus dos hermanas y él bailaban exactamente igual, haciendo las mismas muecas al unísono y todo… vamos, que ni ensayado. De todas formas yo estaba advertida por Cornelia, mi amiga, de que El tenía un exitazo con las mujeres, a parte de que por entonces ganaba un montón de dinero, se movía con aquel cochazo italiano, vivía en un apartamento de escándalo y era tremendamente popular: por aquella fiesta pasaron medio millar de personas. Precisamente lo que me había contado Cornelia sobre El fue lo que me hizo juzgarle precipitadamente y, debo admitirlo, injustamente.

Pues bien, al cabo de una semana sonó mi teléfono y era El. La verdad es que se lo montó muy bien, porque de no haber sido así mi respuesta era un “no” desde antes de que me lo presentara Cornelia en la fiesta. Ahora lo recuerdo perfectamente: no formuló pregunta alguna, sino todo lo contrario, simplemente me notificó (creo que es la palabra más adecuada) que “si no estás muy ocupada esta mañana me gustaría enseñarte algo, me ha dicho Cornelia que apenas conoces la isla; pasaré a recogerte en media hora, coge toalla y bañador, yo me encargo del resto, hasta ahora”. Y yo respondí “vale, hasta ahora” sin pensarlo porque, como ya he mencionado, si llega a darme tiempo para pensar lo mando a la porra. Mientras me daba una ducha y preparaba mis cosas debo reconocer que se me escapaba la risa por cómo me había embaucado El, al tiempo que sentía un agradable cosquilleo que para nada deseaba.



A mi no me gustan los coches, y menos los tíos a los que les van los coches, pero el Alfa con que apareció y su rum-rum hicieron que mis rótulas bailaran. El interior del bólido tapizado en piel marrón era aun más bonito, y es que los italianos no fabrican automóviles, los crean. Por descontado que me abstuve a hacer comentario alguno sobre su imponente juguete. Tampoco El quiso pisar mucho el acelerador, al contrario, imitaba el ritmo de Sor Citroen en su 2 Caballos. Durante el trayecto no hizo más que alabar a mi amiga Cornelia, la misma que todo el día me lo ponía a parir. Yo apenas hablaba, y entrando en la carretera de Lluchmajor se me ocurrió comentarle “¿qué le pasa a este coche, no se supone que corre?” Y volamos.

Aunque había oído hablar de Es Trenc y, naturalmente, me habían enseñado fotografías de la playa, jamás había imaginado que un paisaje pudiera impresionarme tanto. A cada paso que dábamos, dirigiéndonos hacia algún rincón donde posar las toallas, el pinar, la arena y el mar dibujaban un perfil totalmente diferente al anterior y su belleza me ablandaba, me cautivaba, me conquistaba por completo. Me quedé absolutamente en blanco cuando paramos, durante el trance se me olvidó todo mi pasado, dejó de existir en mi memoria y encima El tuvo la delicadeza de no abrir el pico mientras la arena abrasaba mis pies descalzos sin yo darme cuenta. Me desnudé y me entregué por completo al mar, deseando desaparecer en sus entrañas.

El había dispuesto ya la sombrilla y ambas toallas, pero llevaba puesto el bañador: más tarde entendí por qué. “¿Sabes que Cornelia y sus amigas nunca me llevan a Es Trenc porque dicen que está en la quinta puñeta… eres un mallorquín raro o qué? Gracias, El. Y pensar que he llegado aquí de milagro… No, nada” Hablamos de un montón de cosas y El sabía arrancarme una carcajada tras otra con su nada convencional conversación, hasta que me preguntó “¿Por qué te has empeñado en ser azafata de vuelo, de verdad no se te ocurre nada más?” Mi reacción fue un brusco cambio de humor y me puse a repetirle lo que a todo el mundo con el tono un poco subido, tal vez incluso grité en algún momento. Cuando ya no se me ocurrió nada más que decir El guardó unos segundos de silencio para después, con el mismo tono relajado con que había formulado la pregunta me dijo “¿Sabes una cosa?, nada admiro más que a aquella persona que sabe lo que quiere y que, sea cual sea su objetivo o su ambición se entrega a éste en cuerpo y alma, lo da todo y se prohíbe la mediocridad en su esfuerzo. Enhorabuena, te envidio” El no se dio cuenta pero en aquel momento yo era un mar de lágrimas, era la primera vez que alguien, de entre todos mis amigos y mi familia, daba mucho más que el visto bueno a que una niña rica de Madrid licenciada en ICADE quisiera ser azafata de vuelo. El ya tenía a su presa.

Eran más de las ocho y Es Trenc parecía vestida de gala para esperar la puesta de sol, cuando El y la feliz azafata nos zambullimos por última vez, cogidos de la mano. “¿Por qué hasta ahora no te has quitado el bañador, te daba vergüenza?” Ni siquiera respondió porque no hubo más palabras, cerró mis labios con un beso casi eterno y entró dentro de mí con la misma decisión que por la mañana al marcar mi teléfono. Era mi primera vez dentro del agua y ni siquiera me percaté de si había gente alrededor. Tampoco recuerdo haber armado algún escándalo, pero seguro que grité, porque yo siempre grito cuando hago esto y siento placer. Me despedí de El siete días después, una semana durante la cual cada día lo pasamos en Es Trenc, ante el estupor de Cornelia y sus amigas, que tienen sensación de vértigo si abandonan la avenida Jaime III.

Once años más tarde me entero de que quieren construir un complejo a cinco kilómetros de la playa y de que todavía hay personas que desconocen que se trata sólo del principio de una atrocidad. (¿Acaso no tenéis memoria los mallorquines?) El noventa por ciento del dinero que genere dicho hotel irá a parar a un solo par de manos y lo último que deseo saber es en qué gastará este capital (tal vez una parte en un collar de perlas para su señora), pero si se le ocurre irse al Caribe de vacaciones recuerde que, con un bocata, una pieza de fruta y dos cervezas bien frías, tal vez el paraíso se encuentre a media hora de Palma. Abra los ojos.



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                                       Sofía Mejuto Picó                                                       


                                                    Es Mascle Ros

2 comentarios:

  1. lauraferragut@hotmail.com15 de abril de 2012, 15:16

    Exactament, això és el que volem dir i moltes vegades no surt.
    I si les dunes parlasin ufffffffff

    Enhorabona.

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  2. Gracias, Laura. Le he pedido a Octavio prestado uno de tus libros, espero que no te importe. Besos. Sofía.

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