viernes, 13 de julio de 2012


EUROPA, ¡¿NOBEL DE LA PAZ?!




“Estoy dispuesto a hacer cualquier sacrificio con tal de evitar la intervención de España.”  Mariano Rajoy

“Estoy dispuesto a hacer cualquier sacrificio con tal de evitar la intervención de Baleares.” José Ramón Bauzá



Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa estaba arruinada, más famélica aún que durante la propia época beligerante. En Inglaterra, por ejemplo, no fueron necesarias las cartillas de racionamiento hasta después de la guerra. Los que han sufrido el trauma de alguna guerra saben muy bien que lo peor viene después, durante la dura recuperación, cuyos sacrificios siguen llevándose vidas por doquier. Nosotros lo sabremos dentro de poco, cuando termine esta guerra imperialista, que negamos al no oír el silbido de las balas ni oler la pólvora de sus cañones. Nuestras casas están a salvo de las bombas, sin embargo los desahucios no cesan. Están intactas, pero ya no son nuestras casas. Es una guerra sigilosa, inteligente al principio y estúpida al final, como todas.

Estados Unidos, a pesar de las numerosas pérdidas humanas y gracias a que las bajas se contaban por soldados y no por civiles, salió beneficiada de la 2ª Guerra Mundial. Además, sus ciudades e industrias quedaron intactas, a diferencia de una destruida Europa. Pero el crecimiento económico norteamericano se vería estancado si no recuperaba a su viejo socio comercial, que era precisamente el arrasado viejo continente. El toma y daca, el trueque, es imprescindible para mantener viva la economía. Recuerden que en el clásico juego del Monopoly, el vencedor, al quedarse absolutamente con todo, se queda a la vez sin nadie a quien vender ni nada que comprar: es imprescindible reiniciar el juego partiendo de cero, con equidad monetaria para cada participante (en la vida real el vencedor va prestando pequeñas sumas sujetas a interés a los vencidos, que continúan jugando apáticos o desesperados, si no quieren morir).

Así las cosas, a George C. Marshall se le ocurrió la brillante e imprescindible idea de establecer un plan de ayuda a favor del socio comercial europeo, una intervención que llevaría su nombre: el Plan Marshall. Dicha ayuda consistía en enumerar, en primer lugar, las necesidades más urgentes de cada nación y un sistema para cubrir tales carestías con eficiencia, de ningún modo consistía en donar abultadas sumas de dinero para que fueran administradas por bancos o políticos, ya que el inteligente Marshall sabía que esto acabaría en estraperlo y anularía el objetivo a lograr: una recuperación sólida y generalizada. Marshall no estableció su plan de ayuda exclusivamente desde el punto de vista norteamericano, sino que contó con la participación activa de los políticos de cada país para establecer cuáles eran las prioridades, lo cual fue muy bien recibido por parte del socio europeo. Pero por otro lado, y para evitar los predecibles abusos, América mandaría a sus “hombres de negro”, encargados de vigilar que el proyecto siguiera un plan estricto y disciplinado, lo cual no gustó a los políticos europeos, que ya se habían imaginado en un harén. Pese al inicial rechazo del país narcisista por excelencia, el Plan Marshall funcionó, salvando a Francia y a Europa entera de una larga agonía como la que vivió la U.R.S.S. 

A pesar de que el mérito de la reconciliación comercial entre Francia y Alemania (carbón y acero) fuese exclusivo del plan establecido por Marshal y de sus innumnerables esfurzos para convencer a la terca Francia de su ejecución, y todo ante una anodina Europa, el premio Nobel de la Paz ha sido concedido a la responsable de la construcción del muro de Berlín y del consentimientio a la existencia del telón de acero. Poco o nada hicieron Francia y e Inglaterra para tratar de evitar semejante desastre. Las consecuencias reales sólo las conocen quienes estuvieron encarcelados, una población superior en numero a la Europa libre, de la cual España también estaba excluida, por descontado. El desastre en que está sumido el pueblo europeo, opuesto radicalmente al confort que han logrado sus burócratas, nos recuerda a la etapa del Senado romano en el cénit de la corrupción, anterior a su declive. Ahora ya no sorprende que Hitler fuera propuesto para Nobel de la Paz en 1939.
 

Volviendo al presente tomemos como ejemplo lo que queda de nuestro país, España. El 51% de su riqueza en efectivo (dinero contante y sonante) está distribuido entre 1.800 españoles multimillonarios, a razón de 70 millones de euros por cabeza de media. El restante 49% del efectivo de nuestro país nos lo repartimos 47,213.000 españoles. Si esto no es el medievo, díganme ustedes qué nombre le ponemos. Lo curioso es que este resultado responde a un sistema económico diseñado, consentido y absolutamente legal, que cierra cada vez más las puertas al 99,9% de la población, mientras siempre hay mesa para los restantes 1.800. En definitiva, si un estudiante de 5º curso de Económicas le presenta un plan estratégico económico a Eduard Punset con semejantes resultados, es probable que el alumno sea ejecutado, por el bien de la humanidad.

Pero algo falla en el párrafo anterior, hay una pieza que no encaja, y es la ausencia de siquiera la intención de “toma de la Bastilla”. Hace unos meses salió Madrid entera a la calle a recibir a una selección de fútbol que hizo honor a un país al que sólo le quedan seis letras, E.S.P.A.Ñ.A., y nada más, porque cuando un grupo de mineros venían de vivir una epopeya a defender unos derechos fundamentales (ñam, ñam) no fueron recibidos exactamente de igual modo: no hicimos nada. Me doy asco a mi mismo sólo de pensarlo: Nada, como la novela de Carmen Laforet pero en blanco, nada. Esto no es, pues, un país, es sólo E.S.P.A.Ñ.A.

Los actuales recortes constituyen la intención de prolongar un sistema que le sienta de perlas a 1.800 españoles y a la abultada clase política. Mariano Rajoy y Ramón Bauzá no sacrificarán nada para evitar una intervención que tanto les perjudicaría a ellos como nos beneficiaría a nosotros, o sí: nos sacrificarán a nosotros, así de fácil. Cualquier político que se pareciera un poco a Marshall o al francés Monet hubiera dicho exactamente lo contrario: “No estoy dispuesto a sacrificar a mi país sólo para evitar una intervención”.

La culpa no es ni del anterior ejecutivo ni de éste. La culpa es nuestra, de todos los que dimos la espalda a los mineros deslumbrados por la roja.



Octavio Capó Truyols                                            Es Mascle Ros

3 comentarios:

  1. Estic d'acord amb quasi tot ... Però no me pareix bé sa violència que estàn empleant es mineros que pareixen més terroristes que huelguistes.. I ademés lluiten per seguir subvencionats ... Como está el patio!!! Muaaa

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  2. As, quin una! ës cert, pero qui diu mineros diu funcionaris, bencina, IVA, sueldos blindados de tios que no en tenen puta idea i un etcétera eterno. Besito i fins ben prest

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  3. Com sempre, no tots els miners són violents, perquè no us fixau amb els que no ho són, segurament la majoria? I, per violent, el ministre d'interior, que vol castigar amb penes de presó la resistència pacífica.

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