JAIME I Y EL ORIGEN
DE EMAYA
¿Qu’est-ce que est ceci? ¿Eau pour chaque foyer,
pour tous les citoyens ? Eau gratis, Dis-vous à moi. Mettons fin à cette
aberration avant que les soldats se percaten et m’exigent tel fou privilège?
Jacme
I
¿Alguna
vez han visto cortado el suministro de agua de sus domicilios por impago de
varias facturas de EMAYA, bien por
despiste, dejadez o simplemente tratando de burlar la buena fe de nuestros
administradores? Pillastres, ladronzuelos, incívicos ciudadanos. Auque les
parezca mentira, este duelo entre el proveedor de aguas y los ciudadanos empezó
hace casi ochocientos años...
Cansado
de tanto zarandear su espada a diestro y siniestro y puesto que ya no
encontraba tronco de mallorquín que se prestara a sostener su propia cabeza, Jaime I El Conquistador se tomó un respiro. Incapaz de reprimir la sonrisa
en su semblante ante el espectáculo de la sangre mallorquina desparramándose
por las calles de Madîna Mayûrqa, el
rey aragonés se percató de una característica particular de aquella, para él,
nueva ciudad: su impresionante infraestructura hidráulica.
Ajeno
a los resquicios de la batalla, Jaime I siguió el sendero que le señalaba el río, apenas ocho kilómetros a las afueras encontró su origen en una fuente que
brotaba abundante agua, posteriormente nombrada Font de La Vila; se trataba, pues, de un torrente situado a las
afueras de la ciudad amurallada, y no de un río. Reinició el camino, esta vez en
dirección a la ciudad, y contó ocho molinos. Le parecieron pocos. Observó que
durante el trayecto el torrente regaba un extenso huerto, que se le antojó
excesivo. La sorpresa vino más tarde, al llegar a las puertas de la muralla. El
rey Jaime no daba crédito a lo que veían sus ojos. Las murallas contenían
acequias que distribuían agua a toda la ciudad. No sólo las mezquitas y los
cinco baños árabes se abastecían del caudal de aquel tímido torrente, sino
también cada edificio, e incluso la más pequeña casa particular tenía su fuente
y cada huerto su estanque. Es más, los últimos lugares adonde llegaba el agua
eran las mezquitas y los baños y no al revés, que sería lo lógico.
Si
aquello le pareció sorprendente, puesto que nunca había visto sacarle tanto
provecho a un torrente de tan limitado caudal, estupefacto se quedó al buscar
los libros del repartimiento y derechos de distribución de aguas de Madîna
Mayûrqa: ¡no había! ¿Cómo se las arreglaban, pues, los mallorquines para
distribuir el agua y cobrar los pertinentes aranceles sin anotar los abonos y
los morosos en libro alguno? El pobre rey sufrió una angina de pecho (no
documentada) al percatarse que el derecho al agua era gratuito y debió guardar
reposo unos días hasta recuperarse.
Por
lo visto, y de eso tardarían años en enterarse los nuevos pobladores, las
acequias construidas por los mallorquines a partir de la Font de la Vila, así
como el número de molinos movidos por el curso del agua potable (Enelamir, en mallorquín antiguo), no eran en
absoluto arbitrarios, sino que estaban diseñadas a partir de un cálculo de la
media del agua que manaba la fuente, los metros cuadrados de huerta con que
contaba Madîna Mayûrqa y la cantidad de pobladores de la ciudad, de modo que la
carencia no la padecieran las casas antes que los baños y las mezquitas.
Además, cada hogar aprovechaba el agua de la lluvia y la llevaba a su aljibe.
Grandes ingenieros éramos los mallorquines en época de Isâm al-Kkhawlâni, allá por el siglo XII.
Durante
los días de reposo, tras la angina de pecho, obtuvo el rey consejo de los obispos que le acompañaban y
su pertinente consuelo: nadie debía percatarse de tal derecho del pueblo llano sarraceno
y, por tanto, el repartimiento de los derechos sobre el agua debía llevarse a cabo de inmediato.
Como
la palabra “equitativo” no existía por aquel entonces, o se fue a la tumba con Jesús de Nazaret, Jaime I repartió los
derechos del agua entre unos pocos señores feudales, guardándose él la mayor
parte, como debe hacer un rey cristiano que se preste; otra porción importante
fue a parar a la Iglesia, a la “santa”
Iglesia.
Tal
que haríamos en la actualidad si nos encontráramos con una nave espacial
abandonada, los pobladores cristianos no sabían cómo hacer funcionar aquel
prodigio de ingeniería mallorquina. Así que procedieron a construir más molinos,
tan necesitados que estaban de pan aquellos infieles. Los molinos frenaron la
corriente y mermaron el abastecimiento del agua, secando pozos y matando
huertos. Además, los señores feudales que llegaron con la bandera cristiana se
negaban en redondo a compartir el agua, ahora de su propiedad, a menos que se
abonara un canon. Así, la mala repartición forzó una nueva en porciones más
pequeñas, y luego otra, y más tarde otra más. Las disputas por el agua y la
disminución de terreno cultivado, además de la sed y la desesperación de los
menos afortunados, continuó durante 150 años, hasta 1381.
Anteriormente,
en 1356, Guillem Llagostera, había
tratado de frenar las disputas creando el Col.legi
i Casa de l’Horta; su empeño fracasó, pero la institución perduró hasta
nuestros días. En 1381, el gobernador Francesc
Sagarriga puso fin a las disputas por el agua (algo impensable durante la
predominación musulmana, lo de las disputas). El llamado Proceso Sagarriga celebrado en los Jutjats de Mallorca fue tedioso y está perfectamente documentado.
El propio gobernador acusó al rey de abuso desmesurado en la repartición de
aguas. Cuán difícil ha resultado repartir durante estos ochocientos años,
¿verdad?, y cada vez más.
La
feudalización del agua continuó y ya en 1848 la institución pasó a llamarse Sindicato de Riegos de la Huerta de Palma.
Hoy, como todos sabemos, la broma se llama EMAYA, ésa que tantas veces ha
justificado un aumento de la factura a causa de la sequía y que jamás ha
abaratado el agua cuando el año ha dado abundantes lluvias. EMAYA se ha
caracterizado también por su conducta impecable en la repartición de puestos de
trabajo, siempre teniendo en cuenta la cualificación de los trabajadores y en
absoluto su afiliación política.
Octavio
Capó Truyols Es Mascle Ros
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