domingo, 4 de marzo de 2012


YO CONFIESO de Jaume Cabré, o Amar en tiempos revueltos.



          Resulta infinitamente más educativo, instructivo y satisfactorio leer una novela que leerse una novela, por descontado. Me explico. Muy a menudo, cuando nos referimos a la lectura de una novela, como puede ser la saga Millennium, preguntamos "¿te has leído ya Millennium?" “Me he leído las dos primeras y voy por la mitad de la tercera. Lo mismo pasa con El Código Davinci y otras obras cuyo contenido ronda el millar de páginas. Sin embargo, no ocurre lo mismo si nos referimos al cine, difícilmente afirmaremos que “anoche me vi The Artist", pero tal vez afirmemos que "el domingo me tragué la saga entera de La guerra de las galaxias".

          Al usar el reflexivo “me” cuando nos referimos a la lectura nos delatamos como lectores excesivamente esforzados e incluso forzados, buscamos más el mérito de haber leído una obra extensa que el placer de la simbiosis con un libro, anhelamos en secreto finiquitar la lectura del libro. Los editores que, cada vez más, buscan el éxito de ventas que la publicación de literatura de altísima calidad, conocen bien este perfil psicológico, ese modelo de lector que tanto prolifera y que merece todos los respetos porque, al fin y al cabo, lee.

          Jaume Cabré, en perfecta simbiosis con su editor, ha cocinado un best-seller utilizando los principales ingredientes de la receta: un personaje central o héroe con una inteligencia(?) y unos conocimientos muy por encima de la media, historias paralelas que se intercalan mediante breves episodios (60) con el fin de no agotar al intrépido lector y una extensión que roce, pero no sobrepase, el límite psicológico de las mil páginas.

          Adrià Ardèvol es el hijo único del matrimonio compuesto por una madre hermética, Carme Bosch, y un marchante y también coleccionista de antigüedades, Fèlix Ardèvol, cuya propiedad más valiosa es un violín del maestro Storioni, de dudosa procedencia. Escrutando los orígenes y el devenir del instrumento del siglo XVIII, desde la madera que se usó para su fabricación hasta llegar a manos de la familia Adèvol-Bosch, Yo confieso nos relata diversas historias que acontecen desde el siglo XIV hasta finales del XX relacionadas con el carísimo Storioni. Pasando por Cremona, París, Gerona, Roma, la muy comercial Alemania del Holocausto y sobre todo Barcelona, el mérito de Cabré reside en entrelazar los saltos en el tiempo sin crear grandes dificultades al lector, a pesar del centenar largo de personajes que aparecen durante las casi novecientas páginas del libro. La novela se hace amena y exige ser leída en un breve lapso temporal, debido precisamente al elenco de personajes y épocas, para que el lector no pierda el hilo de la narración.
          Adrià Ardèvol se nos muestra desde el principio como un niño superdotado, argumentando tal atributo con la pasión que tiene el protagonista por acumular conocimientos, su capacidad para leer montones de libros, tocar el violín de manera sobresaliente y, sobre todo, las diez o doce lenguas que domina a la perfección. De esta forma Cabré logra crear un personaje un tanto repelente que a menudo se nos atraganta. Cabré confunde la inteligencia prematura que a veces se da en la infancia con la persona realmente superdotada. El Adrià Ardèvol adulto habla doce idiomas pero no es un superdotado, es más, su inteligencia emocional se arrastra por los suelos durante todo el relato. Yo confieso también pretende ser un ensayo sobre el mal; Jaume Cabré expone el mal en su relato pero no analiza, no profundiza, no filosofa sobre él.
 
          Si el tiempo que requiere seguir el culebrón televisivo de la sobremesa lo dedicamos a la lectura de Yo confieso (Destino) habrá valido mucho la pena invertir 25€ en 900 páginas de amena lectura, pero siempre recordando que estamos leyendo a Jaume  Cabré y no a Thomas Mann, con quien su editor parece empeñado en que los críticos lo comparen.



O.C.T. para Es Mascle Ros

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