jueves, 7 de junio de 2012


PHILLIP ROTH, PRÍNCIPE DE LOS JUDÍOS


“Un hombre judío con padres vivos es un niño de quine años,¡y lo seguirá siendo hasta que mueran!



Cuando repites una y otra vez el nombre del barrio Weequahic, de Newark (New Jersey), y además te esfuerzas en memorizarlo –Weequahic, Weequahic - ya no hay vuelta atrás, has caído en las garras de Phillip Roth.

La emoción que nos invade cuando Carlos Fuentes o Phillip Roth son premiados con uno de los grandes es de agradecimiento, alivio y paz agotadora; casi estamos dispuestos a redactar el discurso de Asturias en su lugar, presentarnos ahí disfrazados de etiqueta y disculpar al galardonado, para proceder a soltar la perorata. El sentimiento es muy superior a la rabia que nos produce el desacierto de los jueces cuando obvian a los maestros que dan sentido a nuestra soledad. El premio nos ayuda también a comprender a los jueces, ¿cómo no va a temblarles el pulso antes de sentenciar a Roth, Fuentes o Vargas-Llosa?

Sólo si eres judío, hijo de Israel y criado en un barrio semítico puedes atreverte a conjurar contra los tuyos, a mofarte de la esclavitud de sus costumbres e incluso a orinar junto a una tumba de un antepasado tuyo. Phillip Roth va más allá, hasta lograr poner en su contra a toda la comunidad judía norteamericana y extranjera, hasta conseguir que su propia familia y allegados le pidan que pare. Su tenacidad se lo impide y, por el contrario, logra que sus grandes retractores engullan a escondidas, una tras otra, las veinticinco novelas del autor de Me casé con un comunista.

El joven judío de Newark es alto, deportista y un excelente estudiante, como el protagonista de Pastoral Americana, la novela que recibió el Pulitzer y la más leída en España. El judío es emprendedor, hábil, perfeccionista y trabajador las veinticuatro horas. El joven judío de Newark es un triunfador, pero habrá vivido en sus carnes la derrota, bien la suya propia, la de su padre o la desesperación en su matrimonio.

El argumento de la bibliografía de Roth es valiente, imaginativo y una sorpresa para el lector. La ficción logra superar a la realidad, con creces. En Operación Shylock el propio autor, protagonista de la novela, es informado de que un impostor le está suplantando en Israel, concediendo entrevistas a tutiplé y promocionando la diáspora, el abandono de Israel y la vuelta de cada judío a su hogar de origen (imaginen); en la vida real, Roth vio publicada una falsa entrevista de un periodista que se dedicaba a inventarse encuentros con personajes famosos y hacerlos pasar por reales, el escritor decidió no demandar al sujeto, tal vez prevenido por la ironía que tanto le ha acompañado en sus novelas. Nos disloca el argumento de La conjura contra América, donde Roth propone una realidad alternativa, ficticia pero del todo verosímil, en la que el aviador Charles Lindberg gana las elecciones a la presidencia de los EE.UU al demócrata Franklin D. Roosevelt; es sabido que Lindberg simpatizaba con los nazis e incluso viajó en varias ocasiones con su avioneta hasta Alemania para entrevistarse con los altos mandos del tercer reig, los cuales le condecoraron; en la novela de Roth, una familia judía americana contempla con horror cómo su vida da un giro radical hasta correr en paralelo con el trato que recibe la raza negra en el sur más intransigente.

Pero todo Roth está sostenido por el humor más sutil y delicado, a veces brutal, que cabe imaginar. Su risa, el delirio, no es fácil ni mucho menos gratuito. Pasarán páginas y más páginas de profunda hipnosis, lejos del mero entretenimiento, para de repente despertar al oír nuestra propia carcajada que interrumpirá la lectura y nos hará reflexionar: ¿cómo ha podido llegar hasta ahí?

¿Una recomendación? Cualquier novela de Roth cuyo protagonista sea Nathan Zuckerman. Zucherman encadenado, por ejemplo, contiene cuatro novelas cortas y nos descubrirá, entre otras intrigas, lo atractiva, sexy y deslumbrante que es haciendo el amor la mismísima Ana Frank, quien por lo visto sigue viva y domiciliada en los Estados Unidos de América.

Los hechos de La tormenta de hielo, del genial Ang Lee, transcurren durante 1973. En una determinada escena de la película, Sigourney Weaver está leyendo un libro que después cierra y posa sobre la mesa, lo que permite al ojo de lince desenmascarar el título de la novela, Cuando ella era buena (1967). No ha sido fácil, se escondía como una niña picarona a la que le gusta esconderse entre arbustos antes de entregarse; finalmente la encontré en la biblioteca del poeta Guillem Soler, en Porto Petro. Será mi compañera este fin de semana.



Octavio Capó Truyols                                             Es Mascle Ros

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