En Palma de Mallorca
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¿Sexo?, en Nueva York |
En pleno mes de septiembre todavía hace calor. El
asfalto bulle y ellas continúan ligeritas de ropa. El viento juega con la seda
de sus vestidos y no puedes evitar mirar sus muslos perfectamente torneados,
sus graciosas rodillas, esos afilados tobillos y los pies mejor cuidados que jamás has visto, con sus uñas
esmaltadas en nácar transparente. La proliferación de féminas excelentes llama
poderosamente tu atención. Tal vez es porque no logras fijarte en nada más, y
resulta lógico. Después de un largo paseo llegas al bar-restaurante que te
habían recomendado, por fin. Entras y encuentras un cómodo taburete con
respaldo junto a la barra, te parece mejor elección que una mesa por la
perspectiva que te ofrece, y ahí te sientas. Nada más echar un vistazo, tu
mirada se cruza con los ojos de una dama que bien podría ser una modelo de
lencería. Es bellísima, y sus ojos verdes te sostienen la mirada. No, no te ha
girado el rostro nada más mirarla, no ha puesto cara de asco ni ha resoplado
como una yegua malhumorada. Muy al contrario, parece que esté esperando a que
te acerques a charlar con ella y no deja de sonreír. Esos labios rojos, sus
blanquísimos incisivos y dos pequeños hoyuelos en ambas mejillas te van a
volver loco si continúas ahí sentado. Tienes que levantarte y acercarte, amigo,
no te queda otra. “¿Pero, qué le digo?” Lo haces, finalmente te acercas a su
mesa y es ella la que inicia la conversación de la forma más natural, parece
que estuviera acostumbrada a ese tipo de encuentros. Tomáis una bebida juntos y
luego otra, la conversación fluye y ya hace rato que te sientes cómodo y
relajado. Al cabo de poco te das cuenta de que no hablas con una ninfa salida
de un cuento, sino con una mujer, un ser humano con la sangre tipo B+.
Finalmente llega una amiga suya y os despedís, intercambiáis números de
teléfono y quedáis para veros otro día.
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Son Chulo. Piscinas. |
A la mañana siguiente te levantas eufórico, a pesar
de haber dormido solo. El encuentro de anoche con alguien a quien hubieras
clasificado de inaccesible te ha fortalecido. Te diriges al gimnasio, como cada
mañana, pero con una inyección extra de adrenalina. Nada más entrar en la
piscina saludas a la persona con quien compartes carril, tal es tu costumbre. Es
otra chica, ya con su gorro y sus gafas de natación. Sorprendentemente te
devuelve el saludo, y no sólo eso, sino que entabla una breve conversación
contigo, por pura cortesía, de esas que no se alargan más de un minuto y
terminan con un “enjoy, see you”.
Tranquilo, porque no se trata de un sueño. La razón
de tan inusuales acontecimientos y la cercanía del uno con el otro tienen una
explicación. Ni anoche estabas en un puticlub de la calle Joan Miró ni esta mañana en las piscinas de Son Chulo. La chica que te aturdió con su mirada la encontraste en
el Pastis, un restaurante típico del
Village, y la piscina era la de
cualquier gimnasio Equinox de Manhattan. Efectivamente amigo, habías
ido a pasar unos días a Nueva York,
la ciudad de los rascacielos, y encontraste ángeles. Regresemos a Palma de Mallorca, antes Palma.
Vives en la calle Jaume III o puede que en el Passeig
des Borne, no mucho más lejos. Tu padre quiso llevarte al colegio francés
pero mamá insistió en que te educaran las hermanas de La Pureza. El golpe más duro que has afrontado hasta el momento fue
el fallecimiento de la Tita Carmen,
tu abuela paterna, que vivía a dos manzanas de tu casa y con la que ibas
regularmente a Can Juan de s’Aigua;
el Bar Bosch lo reservas para tus
amigas de Madre Alberta. Te
bautizaron con el nombre de Catalina
pero en casa te siguen llamando Linita,
Lina para tus amigos. Ya ves que
hemos cambiado de sexo sin pasar por el quirófano, pero es que así lo exige el
guión.
Ya de pequeñita eras una monada y bien te lo hacían
saber. Papá y Mamá estaban orgullosos de tan hermosa criatura, con su cabello
abundante y castaño y esos ojazos marrones. Pronto tu esbelta figura haría que
los chicos se fijaran en ti, y también esos señores mayores que te incomodaban
y te hacían sonrojar con sus lascivas miradas. Apuntabas alto, así que pusiste
el listón ahí arriba, donde la mayoría no alcanza ver ni imaginar.
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Mapa Mundi |
Han pasado algunos años y algunos chicos durante tu
adolescencia y juventud, muy monos todos ellos, pero ninguno encajaba con el
perfil que tú andabas buscando, un perfil que cada vez se ha perfilado más y
más. Poco a poco tus amigas más íntimas han ido contrayendo matrimonio, pero
eso no os ha distanciado, porque vivís en el mismo barrio y tú dispones de
tiempo. Ya no te ves con Patricia,
porque vive muy lejos, en Son Armadams,
pero casi cada día paseas con Inés y
su bebé, Jaume III para arriba, Jaume III para abajo. Una especie de vértigo se
apodera de ti en cuanto cruzas el Passeig
Mallorca, por eso nunca has sabido dónde se encuentra la Avinguda Argentina, exactamente. Sin
embargo, en todas las tiendas, panaderías y farmacias de Barón Santa María del Sepulcro, Bonaire (hasta media calle), San
Nicolàs, Oms y Sant Miquel conocen a Lina y a Inés, y
escuchan con infinita paciencia el anecdotario y evolución de un bebé fuera de
serie. Tal vez estén hasta las narices de ti pero lo disimulan muy bien.
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El arroz: en su punto |
Pasan los años y él no aparece. Tus huellas en la
Avinguda Jaume III ya se cuentan por millones, pero el tiempo te ha tratado
bien. Lo demuestra el hecho de que los hombres siguen buscándote la mirada,
pero tu respuesta siempre es la misma. Giras la cara con desdén si te buscan la
mirada, borras la sonrisa de tu rostro cuando un tipo que no está nada mal
entra en el bar donde tomas una copa con tus amigas, y si alguien se te acercas
rebuznas como una yegua malhumorada. Resulta curioso que no te guste que te
miren los hombres, porque el día en que dejen de hacerlo recurrirás a un
psiquiatra (a dos manzanas) que te atiborrará de ansiolíticos.
Los cuarenta se acercan, están a la vuelta de la
esquina. No has renunciado al matrimonio, insistes en la maternidad y estás en
tu derecho, así que agarras ese listón al que sólo tú puedes alcanzar y lo
derribas de un tijeretazo. Al suelo con el dichoso listón, acabas de darte cuenta
de que olvidaste ponerte uno a ti.
A vosotras, con gratitud, y a José Cuart, por igual.
Octavio Capó Truyols Es Mascle Ros